UN DISTRITO UNIDO POR TEATRO
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El teatro comunitario surge como necesidad de un grupo de personas de determinada región, barrio o población de reunirse, agruparse y comunicarse a través del teatro. Es un tipo de manifestación y expresión artística que parte de la premisa de que el arte es un derecho de todo ciudadano.
Aunque parezca un sueño…
Más de 4000 personas y 200 vecinos actores le dieron vida a San Mauricio, un pueblo abandonado
Si hay algo para seguir discutiendo con Calderón de la Barca es eso de “los sueños sueños son”. Si la vida es sueño, o si nosotros podemos lograr lo que soñamos.
El sábado se llevó adelante una gran utopía: San Mauricio, un pueblo abandonado donde viven solo 15 personas, mágicamente se encontró con más de 4000 personas que estaban colmando y caminando sus calles de tierra con un sol inigualable para ver la obra de teatro comunitario del centenario de Rivadavia. Esta obra organizada por el grupo de Teatro Comunitario de Rivadavia (conformado por los grupos de Fortín Olavarría, América, Sansinena, Roosevelt, González Moreno y San Mauricio) y que cuenta con el decidido apoyo de la Municipalidad de Rivadavia se llevó a cabo el pasado sábado 2 de octubre a las 17 hs. Una locura hecha realidad...
Los 200 vecinos actores de los 6 pueblos del Distrito que trabajaron de manera incondicional para que esto fuese posible iban y venían de un lado a otro, con sus vestuarios de época ultimando detalles. Son incontables las anécdotas que se iban sucediendo en cada habitación del viejo hotel acondicionado especialmente para la ocasión. Cada esquina del pueblo estaba lista para ser recorrida.
Llegaban desde América, desde Fortín Olavarría los carruajes, los caballos, los autos antiguos y todos comenzaban a sumergirse en otro tiempo, en otra realidad.
El público se encontraba en medio de la pampa, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Escoltado por un impecable estacionamiento y personal de seguridad arribaba a un primer escenario natural que deslumbraba con solo mirarlo: el fortín y la toldería construidos especialmente para esta obra para homenajear al pueblo más antiguo del distrito, que está al borde de la zanja de Alsina, una zanja que se construyó para dividir. A lo lejos solo el horizonte.
La obra comenzaba con un despliegue de la comunidad pocas veces visto, los gauchos obligados a servir en la frontera, los pueblos originarios a caballo resistiendo desalojo y atropello, y las voces en off de los que finalmente se quedaron con las tierras para comenzar con un nuevo modelo económico en el país, con una patria sin indios, mientras los gauchos seguían siendo pobres y se convertían en peones de estancia.
En ese contexto los inmigrantes que no esperaban ni Sarmiento ni Alberdi arribaban al lugar, con “una mano atrás y otra adelante”, con ilusiones construidas por la publicidad oficial, escapando de la guerra para “hacerse la América”.
Lo que emocionaba hasta la médula era ver a los vecinos actores de todas las edades, avanzando con el ritmo del tren, entonando con sentimiento las canciones, ver las jóvenes usando vestidos de sus abuelas cuando viajaban en barco y todas las micro historias que se tejen entre los vecinos que no están relatando cualquier historia, sino que están contando su vida, que devela una identidad colectiva.
Los inmigrantes comenzaban su peregrinar hasta que lograban divisar el segundo escenario móvil planteado: el pueblo de San Mauricio. Allí lo teatral se exaltaba cuando el público lograba divisar un carro de grandes dimensiones donde dormía San Mauricio, un santo de carne y hueso, que despertaba las sonrisas a todos los presentes. De este modo comenzaba la procesión por el pueblo, donde cada esquina era una nueva sorpresa, como el almacén de Marino donde el truco, las copas iban y venían, y los borrachos de estampa bailaban al son de un nostalgioso tango que se cantaba en vivo.
Entre los pedidos más originales a San Mauricio y cantos de procesión los inmigrantes avanzaban junto con el público.
Todo aquello típico de los pueblos y de otros tiempos estaba presente en las calles de San Mauricio y podía apreciarse en esa caminata. Los chicos jugando en la plaza, los novios en un banco luego de misa, las típicas tareas rurales, un paisano ensillando caballo, otro ordeñando vacas, haciendo un asado, una comadre fritando empanadas. Los niños tomando matecocido con leche de una olla que se encontraba en una cocina a leña., la vida diaria en el hotel del pueblo, las mujeres y hombres bajando valijas de los carruajes.
A esa altura el público ya estaba transportado y lo imaginado era realidad en el canto de los inmigrantes: “aunque parezca un sueño, el pueblo vivo está, con la presencia de todos brilla en la inmensidad”
Lentamente se llegaba al siguiente escenario principal, la casa del fundador del pueblo Mauricio Duva y la Iglesia, ambas imponentes construcciones realizadas a fines del siglo 19, con materiales traídos especialmente de Italia, los personajes circulaban y todo era vida, posibilidad, tan opuesto a la realidad actual de San Mauricio.
A esa altura las gradas colocadas frente a esa calle y las sillas estaban completamente cubiertas y el resto del público trataba de buscar un hueco donde poder mirar la obra. Porque la gente era impresionante, pero al mismo tiempo el respeto era tan sagrado que paradójicamente entre tanto despliegue “no volaba ni una mosca”.
Las campanas de la Iglesia comenzaban a sonar y el típico casamiento sucedía por las calles de San Mauricio frente a una multitud que aplaudía y coreaba “viva los novios”, el símbolo de la unión de los pueblos del distrito de Rivadavia era la metáfora y un impecable cochero, en un auto antiguo se llevaba los recién casados.
En ese instante comenzaba la disputa por la cabecera del Partido de Rivadavia entre América y San Mauricio y la lucha por la autonomía. Los santos de cada pueblo decidían que el fútbol era la única opción que tenían para dirimir las pasiones terrenales en Argentina y es así que la metáfora del “Partido que se juega” se hacía presente con humor e ironía. Las risas resonaban en el pueblo con la entrada de cada equipo, con los cantos de las hinchadas y se palpitaba gol a gol.
De este modo se iban desplegando las diferentes escenas que los vecinos de las seis comunidades habían decidido contar luego de un año de debates y de creación colectiva en cada pueblo y en los encuentros y ensayos generales: los chacareros de la Colonia Scala que tras los precios de arrendamiento y la explotación sufrida deciden formar las primeras cooperativas, los bailes típicos de San Mauricio con todos sus condimentos de gracia y despliegue que unían a todos los pueblos del Distrito, el auge de la industria nacional en Rivadavia y los cierres de fábricas que tanto perjudicaron y perjudican la zona.
Uno de los momentos más ovacionado y aplaudido por el público fue cuando los chicos y maestras de San Mauricio trasladan la escuela durante las inundaciones de 2001 y los 200 vecinos comienzan a avanzar decididamente desde una esquina para poner bolsas de contención y cantar todos juntos “Vamos Rivadavia que no avance el agua, vamos que podemos salir adelante, toda Rivadavia se une contra el agua, sobre el alteo no hay nadie que falte”. Desde el inicio de obra, pero fuertemente en ese momento no existieron divisiones entre actores y espectadores. Las luces de la escena se encendieron junto a la emoción de cada alma. Literalmente cayó la noche en San Mauricio y los vecinos inflamaban los corazones con cada canto.
Esta obra también habla de la recomposición y reconstrucción del Partido de Rivadavia después de esos trágicos momentos y cuenta la relación de la juventud y el mundo adulto en un gracioso contrapunto musical de payada y murga, donde el colorido y la fuerza de la juventud ponen al descubierto lo que nos falta construir en el presente como sociedad en relación a la igualdad, la educación, el trabajo, el respeto, y la potencia que al mismo tiempo tenemos si nos unimos todas las generaciones con un mismo objetivo.
Al ritmo del candombe y las palmas fueron avanzando todos los vecinos participantes, la diversidad, el compromiso, el respeto y la resistencia se hacían una voz única y potente en el himno final de esta obra teatral comunitaria que comprueba que “La historia se entreteje desde abajo y se cambia desde la comunidad”.
Los fuegos artificiales iluminaron por única vez el cielo estrellado de San Mauricio, en el universo, en la inmensidad, un puntito latiendo de alegría y emoción, todo un Distrito unido reafirmando su identidad, abrazándose a partir de la cultura, cuestionándose sus deudas pendientes, buscando salidas colectivas a cien años de su conformación política como Rivadavia.
Las lágrimas a flor de piel de todos los presentes demuestran que es posible soñar juntos, que nada es imposible y que la cultura comunitaria es transformación social o no es nada.
Emilia.
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